martes, 24 de abril de 2012

El espacio público como ideología



Manuel Delgado, en su texto, El espacio público como ideología, nos presenta un análisis de la palabra espacio público y sus usos, desde su tono crítico y muchas veces, irónico.










EL ESPACIO PÚBLICO COMO IDEOLOGÍA

El concepto de espacio público no salía de las cuestiones teóricas pertenecientes a las filosofías políticas entendiéndolo como un espacio-tiempo en el que se organizaba y se procesaba el vínculo social. Asociando el concepto de espacio público al de esfera pública como reunión de personas particulares que fiscalizan el ejercicio del poder y se pronuncian sobre asuntos concernientes a la vida en común. En los años sesenta y setenta, incluso los ochenta, el concepto de espacio público toma valor en los discursos políticos urbanísticos, en tanto que se relacionaba con calle, espacio común. Nada que ver con el concepto vigente. A partir de los años noventa espacio público quiere decir algo más que un espacio en el que todo es perceptible y percibido por la mirada ajena. Este concepto viene cargado, hoy, de connotación política.

El concepto de espacio público va a ser la base donde se intentará materializar y racionalizar la línea democrática de la política actual. Por ello, desde la política se entiende dicho espacio como esfera de coexistencia pacífica y armoniosa de lo heterogéneo de la sociedad. Es el lugar de superación de diferencias.

Vemos como este concepto es un eje importante sobre el que giran los discursos de las ideologías ciudadanistas, entendidas como, una radicalización de la democracia. La democracia no solo como modelo político sino como forma de vida. Es esta ideología la que impregna la socialdemocracia, la cual intenta armonizar espacio público y capitalismo para conseguir alcanzar un modelo de explotación sin que los efectos negativos repercutan en la agenda del gobierno. No obstante, el ciudadanismo es también ingrediente principal de movimientos de reforma ética del capitalismo, que mediante la agudización de los valores democráticos abstractos aspiran a paliar las consecuencias del capitalismo, es decir, hacer entender que la exclusión no es algo que deba formar parte de las estructura social sino que es una incidencia que tiene que mejorarse desde la ética.

Es entonces que el espacio público se convierte en  instrumento ideológico-teórico más que empírico, utilizado como mediador entre sociedad civil y Estado. Es pues, un espacio donde se suprime cualquier tipo de antagonismo, donde los enfrentamientos entre clases y sectores se diluyen en metas compartidas. Pero esto no es nada más que un conjunto de ideas ilusorias. Este tipo de estrategias sirve para camuflar todo tipo de exclusión, relaciones de explotación, así como, el papel de encubridores que asume el Estado de cualquier tipo de asimetría social. Este sistema de dominación que nada tiene que ver con la violencia sino con los discursos ideológicos, acaban por provocar en el abstracto ciudadano una naturalización de los métodos y directrices moralistas que el Estado utiliza como forma de dominación. Estas directrices, cada vez más cambiantes, dinámicas y adaptativas, proveen la astucia suficiente para que sus enemigos asuman los argumentos e iniciativas, mutilándoles la capacidad cuestionadora. En efecto, el concepto espacio público es una idea dominante en  un doble sentido: ideas de quienes dominan e ideas concebidas para dominar. Se trata entonces, de un lugar pensado para las buenas convivencias ciudadanas, cualquier uso inapropiado de la plaza, calle,… se denomina incívico.

Como categoría política, espacio público, necesita verse confirmado como lugar, sitio, zona, … en que toda esa ideología teórica pueda ser visibilizada de forma empírica. Por tanto una plaza y/o una calle deben ser escenario don se desmiente todo tipo de asimetría social y donde se representa ese sueño de la equidad y un lugar donde poder llevar a cabo una función integradora y de mediación. El espacio teórico se convierte en espacio sensible y perceptible del que todos pueden apropiarse pero no reclamar como propiedad.

Como figura principal de este espacio público, encontramos al ciudadano que se disfraza de equilibrista que cuidadosamente se desliza por un cable, mientras sujeta la balanza de los principios democráticos. El ciudadano es portador y ejecutante de los principios dominantes. Este transeúnte no posee otra identidad que la de masa corpórea  y éste es abducido por una especie de no-lugar  en el que se abolen las diferencias  y en el que se representa una aparente contradicción. Es en ese limbo donde una sociedad altamente jerarquizada se convierte en un una imaginaria realidad en la que los presupuestos igualitarios de los sistemas democráticos adquiere una presencia palpable. Es el efecto óptico democrático: un ámbito en el que las desigualdades se proclaman mágicamente abolidas, en el que no importa quienes seamos sino qué hacemos. Pero la experiencia real nos ofrece diversas evidencias de que no es así. Todo tipo de estigmas y negativizaciones se coloca en este territorio donde ciertos individuos o colectivos, cuya identidad real o atribuida los define en un estado de excepción del que el espacio público no libera. Es ante esta verdad cuando el discurso ciudadanista y del espacio público invita a cerrar los ojos.

Otra idea que atraviesa este texto, es la contraposición entre público y multitud. Entendiendo público como un conjunto de individuos que asumen una acción conjunta, renunciando al espacio material y conformándose con el vínculo espiritual que los une en conjunto humano. Ese eje cohesionados son las opiniones que comparten unos y otros. En contraposición de la multitud, ese otro personaje colectivo, que se concreta en el espacio material como eje cohesionador que los hace actuar al unísono. El objetivo de estas ideologías ciudadanistas, es   conseguir que las masas irracionales se conviertan en público racional, y que los obreros, y otros miembros de sectores eventualmente conflictivos se conciban a ellos mismos como ciudadanos. Para ello se despliega una especie de valores abstractos de ciudadanía y civilidad que tienen y que son aprendidos y enseñados, por ello existen asignaturas escolares de “educación para la ciudadanía”.

Por último añadir, que el civismo y la ciudadaneidad asignan a la vigilancia y a la actuación policial la labor de llevar a cabo lo que la educación en valores, campañas publicitarias, fiestas cívicas,… no han conseguido, poner orden y disciplinar ese exterior urbano.


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