martes, 8 de mayo de 2012

EL HOMBRE CAIMAN




Este es el caimán, éste es el caimán, que dice toda la gente. Este es el caimán, éste es el caimán, un caimán inteligente.
Sí, mi amigo. Esta historia empezó aquí mismo. Y el hombre que es hoy hombre caimán se sentaba allí, donde está usted dispuesto a tomar un vaso de ron, un queso y por último, su plato de arroz con coco. Miraba siempre hacia la orilla opuesta del río y cuando adivinaba la presencia de alguien al otro lado, apuraba su arroz y desaparecía en el agua. ¿Qué por qué hacía todo esto? Es una historia de amor, como todas, con la diferencia que el hombre salió mejor librado que cualquiera a pesar de todas las adversidades.
Un hombre, alegre y despreocupado, viajaba de Pinillos de Mangangué vendiendo toda suerte de alimentos y frutas hermosas. A grandes voces y en medio del jugueteo entre él y las gentes de por aquí, el hombre divertía a todos con sus historias absurdas de cómo adquiría los productos, hasta el punto de convencer a los compradores de que lo que se llevaban eran objetos maravillosos.
Una tarde, mientras anunciaba a gritos la venta de unas naranjas que, según él poseían las esencias del amor eterno, descubrió para su fortuna la presencia de una bella mulata con el pelo recién enjuagado que caminaba despreocupada. El hombre entabló conversación con la muchacha y, rápidamente, ambos se vieron profundamente atraídos. Ella se llamaba Roquelina y era la hija de un severo inabordable comerciante de arroz. Sus hermanos que jugaban el secreto papel de vigilantes de la muchacha, al darse cuenta de que Roquelina era atraída cada vez más por las frases pomporosas del hombre, dieron voz de alarma a su padre.
Así pues, cuando el hombre apareció como de costumbre con sus alaridos y sus productos de otro mundo y se precipitó feliz a saludar con canciones a su querida Roquelina, se encontró frente a la presencia poco amable de su imposible suegro.
“Aquí el que vende soy yo”, le dijo tajantemente el padre. Y mi hija no es arroz. Así que puede irse con su música a otra parte, antes de que tengamos problemas. ¡O yo no sé! Y sin agregar una palabra más, tomó a Roquelina del brazo y la arrastró con él.
Fue desde ese momento cuando el hombre empezó a venir todos los días a esta tienda, a pedir el mismo ron, el mismo queso, y el mismo arroz con coco, y a mirar hacia el río. ¿Por qué? Rápidamente lo fui entendiendo: aquí los hombres se bañan en esta orilla. Hacia la mitad de la corriente hayan remolino, y al otro lado se bañan las mujeres.
¿Qué pasaba? Pues nada más que el hombre se había puesto de acuerdo con Roquelina para cuando ella fuera a bañarse, él atravesara aquel remolino y fuera a visitarla. Se preguntarán cómo hacia el hombre para atravesar el remolino, que no era apto para seres humanos. Pues aquí es donde reside el secreto de la historia. El hombre terminaba de comerse su arroz con coco, se metía en el agua y, poco a poco, su cuerpo se iba corrugando, sus brazos se encogían en pequeñas patitas, sus piernas se unían a una agitada cola cada uno de los granitos de arroz que se había comido se iban transformando en una hilera de dientes afiladísimos, hasta quedar convertido en un expertísimo caimán nadador.
Así el hombre caimán atravesaba ágilmente el remolino y, luego de violentos chapoteos, lograba llegar hasta donde Roquelina, quien ansiosa lo esperaba para ir a descubrir con él las profundidades secretas del río.
Esta visita permanente fue poniendo en alerta a todos los pescadores de la zona. Una mañana, uno de los hermanos de Roquelina alcanzó a percibir la cola desenfrenada del hombre caimán rompiendo el remolino, y de inmediato dio la voz de alarma.
Todos los pescadores de Mangangué se dieron a la caza del caimán. Pero cualquier esfuerzo era inútil. Mientras más obstinados eran los hombres trantando de aniquilar al animal, más ágil se volvía el hombre para llegar hasta la orilla de Roquelina.
Una mañana un buen número de pescadores navegaron afanosamente por estos parajes buscando sin descanso al caimán, comandados por el padre de Roquelina. Mientras esto sucedía el hombre de nuestra historia, sentado en la taberna, terminó su ron, su queso y su arroz y se fue. Él muy vivo se echó al agua mientras todos estaban en su búsqueda, nadó agitadamente hasta el barco del papá de Roquelina y, de una, se devoró todo el arroz que encontró. Acto seguido, buscó a su amada que dormitaba en el muelle. Suavemente la acomodó a su espalda y, sin despertarla, se alejó con Roquelina en silencio. Nunca volvió a saberse de ellos. Pero, desde ese día, todos los hombres de por aquí esconden temprano a sus mujeres y se apuran a comerse todo el arroz que tengan en la olla, antes de que el hombre caimán venga y haga desaparecer mujer y granos.
En estos días amigos, lo único que no puedo brindarle es su plato de arroz con coco, ya que por estos días ha estado escaso por aquí.
Cuentos de animales fantásticos para niños.
CERLAC. Ed. Norma. COLOMBIA 1998.


Me gustaría destacar la importancia que tiene el contar un cuento, una fábula oleyenda. Es una tarea apasionante, motivadora y gratificante. El narrador de un relato posee un poder inmensamente maravilloso, ya que a través del cuento todo lo que el niño conoce cobra movimiento y actúa de formas irreales, mágicas e incluso absurdas que llenan su mundo mental de matices. Es por ello que son un método pedagógico ideal para situar a los niños ante una experiencia de valoración de culturas, de construir valores, diferentes formas de expresión, de escribir o de relacionarnos con otros.

Cuando somos pequeños recordamos a nuestros padres, abuelos, hermanos, profesores contándonos historias de lobos que hablan, de princesas que comen manzanas envenenadas, de barcos encantados, etc... Ahora con veinte años, intento reflexionar sobre que aportó eso en mi infancia o que me enseñaron  de real todas esas historias. La verdad que no encuentro muchas cosas malas que contar sobre cuentos del tipo Disney, quizás que los niños dejen de comer manzanas (Blancanieves), o que lleguen más tarde de las doce a casa (Cenicienta), no creo que eso pase, ya que los niños saben de primera mano que  ni los lobos hablan, ni que las tortugas y los topos tienen conversaciones mientras toman café. Es cierto que con estos cuentos  fantaseamos, aprendemos valores, muchos hablan de la diversidad cultural (Pocahontas), otros de  la importancia de luchar ante dificultades (Buscando a Nemo). Muchos   cuentos que no tienen nada que envidiar  a  la historia de amor de mis abuelos, la primera mascota de mi padre, etc...,  aun así creo que cuando somos pequeños y, por qué no, adultos tenemos la necesidad de leer o de que nos lean otro tipo de cuentos, que no dejan de ser fabulas o leyendas, pero se empapan de situaciones diferentes a las de princesas y gatitos que bailan.

Proponemos la lectura de  cuentos de Christian Andersen, El Sapo, que decide salir del pozo donde vive para conocer el mundo y se lo termina comiendo una cigüeña.
La Historia de una madre, del mismo autor, una madre que pierde a su hijo, busca a la muerte para rogarle que lo regrese a su lado y no solo no obtiene su deseo, si no que en el camino pierde la vista, su belleza y otras cualidades.
El soldadito de plomo que vive enamorado de una muñequita de una caja musical, termina con un final triste.

La escritora Teresa de la Parra (1889-1936), en su cuento el Ermitaño del Reloj, un monje se quita la vida al final del cuento, después de que aparentemente todo iba bien, de pronto pierde el sentido de vivir y termina dando un final triste.
Leer el cuento escrito anteriormente, es una historia de amor. Sí, una verdadera historia de amor, llena de imaginación: un hombre caimán; y a la vez llena de realismo: dos culturas enfrentadas, y un padre que se opone a la felicidad de una hija por el poder de ser el único que venda esa mercancía. Es cierto que el final del cuento no es tan trágico como los citados anteriormente, no obstante el leer un cuento Disney o de Andersen, no supone la diferenciación entre finales alegres y tristes, va mucho más allá, no por ello estamos quitando de valor los cuentos de princesas, lo que se propone es el dotar de importancia a cuentos que aunque están llenos de imaginación, cubren otras necesidades en los niños, como el miedo, la pérdida de un ser querido, el querer y no ser querido, etc. Este tipo de características de los cuentos y fabulas supone un enfrentamiento en los ideales del niño, ya que le muestra otras opciones como el fracaso.

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